martes, 25 de noviembre de 2008

Historia de Ivan Moiseyev un verdadero Loco por Jesús



Iván Moiseyev

U.R.S.S. (1970)


Aunque nunca antes había estado allí, el joven Moiseyev, conocido como “Vanya”, sabía muy bien lo que le esperaba en la oficina del comandante. Los comunistas no cesaban de citarlo para que se presentara en el cuartel general con el fin de platicar con él, y ver si podían “reeducarlo”, y convencerlo de que negara su fe en Dios.

 Era la hora del almuerzo, y el sol resplandecía en el cielo azul y la nieve alrededor parecía brillar. Moiseyev aprovechó para alabar a Dios por este tiempo que podía pasar a solas orando y cantando, mientras caminaba a lo largo de la cera cubierta de nieve.

 Era una mañana tan esplendorosa que, al principio Moiseyev no lo notó, pero de pronto sus ojos lo percataron. Una estrella brillante comenzó a caer desde el cielo. Su apariencia era como la de un cometa, y se acercaba haciéndose cada vez más grande.

 Levantó la vista para ver que un ángel estaba sobre él, resplandeciente poderoso. El corazón de Moiseyev se inundó de gozo, y temor.

 El ángel no descendió a tierra por completo, sino que se mantuvo suspendido en el aire como a unos doscientos metros sobre la tierra. El ángel caminaba en el aire como si estuviera siguiendo el mismo camino que Moiseyev. Y entonces el ángel habló:

 “No temas ir, Iván. Yo estaré contigo”.

 Iván no pudo emitir palabra alguna, pero el gozo que sentía era como un fuego en su interior. De alguna manera logró llegar hasta la oficina del comandante Gidenko, y tocó la puerta suavemente.

 El comandante Gidenko, que ocupaba el primer puesto en el Comité de Instrucción Política, levantó la vista al entrar el joven soldado. Iván Moiseyev había sido interrogado una y otra vez por muchos otros hombres, y nunca se retractó de sus creencias. Y aun así, Gidenko estaba seguro de poder resolver este problema.

 -Moiseyev, tu no tienes cara de ser un mal estudiante. ¿Entonces por qué no estás aprendiendo las respuestas correctas? –preguntó el superior.

 -A veces diferencia entre la respuesta correcta y la verdadera –respondió Iván-. A veces Dios no me permite que mis respuestas sean las “correctas”.

 -¿Entonces, Dios habla contigo? ¿Y quién es este Dios del cual hablas?

Tan pronto hubo terminado de hacer la pregunta, Gidenko se arrepintió de haberla hecho. Iván se inclinó hacia delante en su silla, con el rostro resplandeciente de gozo ante la oportunidad de poder compartir su fe.

 -Señor, Él es quien creó todo el universo. Él ama al hombre, y envió a S Hijo…

 -Sí, sí –interrumpió Gidenko-, conozco las enseñanzas de los cristianos. Pero, ¿qué tiene que ver todo eso con ser un soldado? ¿O es que no estás de acuerdo con las enseñanzas del glorioso ejército Rojo?

 -No, Señor.

 -Pero, ¿tú no aceptas los principios del ateísmo científico sobre los cuales está fundamentado el estado soviético  y el poder militar del ejército?

 -No puedo aceptar aquello que yo sé no es cierto. Todo lo demás, lo acepto con mucho gusto.

 -Moiseyev, nadie puede probar la existencia de Dios. Aun los sacerdotes y pastores están de acuerdo con esto.

 -Señor, es posible que hablen sobre el no poder probar la existencia de Dios, pero no hay duda alguna de poder conocerle. Él está conmigo aquí, ahora mismo, en esta habitación. Antes de llegar aquí, Él envió un ángel para animarme.

 Gidenko se fijó en Iván detenidamente. Y por fin se expresó con cierto aire de cansancio:

 -Siento mucho, Moiseyev, que no quieras entrar en razón. Lo único que tu persistencia hará por ti es causarte molestia. Sin embargo, a través de los años ha sido mi experiencia que hombres como tú entran en razón después de un poco de disciplina. Voy a ordenar que esta noche, después del toque de queda, permanezcas de pie en medio de la calle. Y allí permanecerás hasta que estés dispuesto a reconsiderar esta tontería sobre el dialogar con Dios y con los ángeles.

 Y ante el hecho de que la temperatura posiblemente llegue a los trece grados bajo cero, espero que por tu propio bienestar, procedas con rapidez y decidas comenzar a actuar con sensatez. Mañana, tú y yo juntos, decidiremos sobre la implementación de un plan de reeducación política para tu persona. Quedas despedido. 

 Gidenko esperaba que Moiseyev titubeara, que volviera a reconsiderar su actitud. Pero en vez de eso, el joven enderezó los hombros y se dirigió calladamente hacia la puerta.

 -¡Soldado Moiseyev!

 Cuando el soldado se volteó hacia él, Gidenko se percató que estaba un poco pálido. ¡Había comprendido cabalmente la orden!

 -Obedecerás mis órdenes usando el uniforme de verano. Eso es todo.

 Esa noche, mientras el clarín sonaba, Iván se dirigía hacia las escaleras del cuartel y descendió por ellas hasta encontrarse en la calle cubierta de nieve. Retrocedió ante el fuerte golpe de viento helado que hizo arder con dolor sus orejas y humedeció sus ojos. El liviano uniforme de verano de nada le servía ante el cortante frío. Echó un vistazo a su reloj, y éste marcaba un minuto después de las 10 de la noche.

 ¡Esa noche tendría bastante tiempo disponible para orar! Pero, por primera vez desde que ingresó al ejército soviético, la oración no se hizo fácil. Comenzó a preocuparse. ¿Podría permanecer allí de pie durante toda la noche? ¿Y si se congelaba y moría! ¿Permitirían los superiores que muriera congelado? ¿Y qué sucedería si por causa del intenso frío se rendía y cedía a sus demandas?

 Las interrogantes inundaron su mente hasta sentirse marcado. Reconoció que debía pensar en algo diferente, y fue entonces cuando se acordó del ángel que lo había visitado durante las horas de la mañana. El ángel le había dicho: “¡No temas, Iván, yo estaré contigo!” ¡De pronto reconoció que las palabras del ángel se referían a esta misma noche! Y aunque ya no podía verlo, Moiseyev estaba confiado en que la presencia del ángel aún lo acompañaba. Y comenzó a orar fervientemente.

 Eran las doce y media de la madrugada cuando un crujir sobre la nieve lo distrajo. Envueltos en sus abrigos, con sombreros y fuertes botas se acercaban lentamente a él tres oficiales del ejército.

 -¿Has cambiado de opinión, soldado Moiseyev? ¿Estás listo para entrar en el cuartel y calentarte junto a nosotros?

 -No, camaradas oficiales. Aunque mi mayor deseo es entrar y retirarme a dormir, no puedo hacer. Nunca podré estar de acuerdo con quedarme callado respecto a mi Dios.

 Aun en la débil luz, Moiseyev podía ver que los oficiales estaban confundidos y asombrados. ¿Cómo podía tolerar tanto frío?

-¿Pretendes permanecer aquí toda la noche?

 -No veo ninguna otra posibilidad y, además, Dios es quien me ayuda.

 Iván examinó sus manos, estaban frías, pero no demasiado. Aún podía mover con facilidad los dedos de sus pies. ¡Era un milagro! Miró a los oficiales y se percató que a pesar de sus pesados abrigos temblaban de frío. Estos no podían permanecer quietos, y golpeaban el suelo con los pies y daban palmadas mostrando gran impaciencia por regresar al calor del cuartel.

 -De aquí a una hora cambiarás de opinión –murmuró el primer oficial mientras se alejaban rápidamente.

 Iván continuó orando por todos los creyentes que conocía. Elevó cánticos de Navidad, oró por cada uno de los oficiales, clamó ante Dios a favor de los hombres que estaban con él en el cuartel. Pero gradualmente, su mente parecía estar flotando en algún sitio fuera de su cabeza. Aunque lo intentó con vehemencia, la oración lo eludía.

 Iván estaba a punto de dormirse sobre sus pies, cuando a las tres de la mañana, el oficial encargado lo despertó y lo dejó regresar al cuartel.

 Durante las siguientes doce noches, Iván tuvo que continuar de pie en la calle, frente al cuartel. Milagrosamente no se congeló, y tampoco rogó que tuvieran misericordia de él. Continuó hablando con sus camaradas y con los oficiales sobres su fe. Y a pesar de que estaba estrictamente prohibido, cantaba en medio del cuartel sobre la gloria de Jesucristo. A los que lo amenazaban les decía: “La alondra que es amenazada con pena de muerte por cantar, seguirá cantando. Ella no podrá renunciar a su naturaleza. Nosotros los cristianos tampoco lo podemos hacer”.

 Ante una fe tan firme y ferviente los soldados a su alrededor se convirtieron a Cristo.

 Los superiores continuaban interrogándolo, en su intento de que negara a Jesús. En cierta ocasión lo colocaron en celdas congeladas. Lo hacían vestir un traje de goma especial, el cual llenaban de aire hasta que su pecho estaba tan comprimido que casi no podía respirar.

 A la edad de veinte años, Iván estaba seguro de que los comunistas lo matarían. El 11 de julio de 1972, Iván escribió a sus padres diciendo: “No me volverán a ver”. Y procedió a describir una visión del cielo y de ángeles que Dios había enviado para fortalecerlo en preparación para la prueba final.

 Algunos días después, los padres de Iván recibieron el cuerpo muerto de su hijo. La evidencia mostraba que había sido apuñalado seis veces cerca del corazón. Tenía lesiones en la cabeza y alrededor de la boca. Todo su cuerpo estaba marcado por los golpes recibidos. Y al final de todo fue ahogado.

 El coronel Malsín, su comandante dijo: “Moiseyev murió con dificultad. Peleó con la muerte misma, pero murió como un cristiano”.

 El padre de este héroe cristiano dice lo siguiente en una carta que recibimos: “Permita Dios que esta flor viviente que entregó la fragancia de su juventud sobre la cruz, sirva como ejemplo para todos los jóvenes fieles. Y que ellos amen a Jesús como lo amó nuestro hijo”.

Carta de Vanya a sus padres, escrita el 15 de junio de 1972

  Mis queridos padres, el Señor me ha mostrado el camino… y he decidido tomarlo… ahora tendré que enfrentarme a mayores y severas batallas como nunca antes. Pero no las temo. Él va siempre conmigo. No lloren por mí, mis amados padres. Amo a Jesús más que a mí mismo. Le obedezco, a pesar de que mi cuerpo a veces teme, o no desea sufrir todo lo que vendrá. Hago esto porque no valoro mi vida tanto como lo valoro a Él. Y no procuraré hacer mi voluntad, sino que seguiré donquiera que el Señor me guíe. Él dice: Ve, y yo voy.

 No se queden apenados si ésta es la última carta de su hijo. Porque yo mismo, cuando veo y escucho visiones, y escucho cómo los ángeles hablan y velan, estoy asombrado y aún no puedo creer que Vanya, su hijo, hable con ángeles. Yo también he cometido pecados y faltas, pero a través del sufrimiento, el Señor los ha quitado por completo. Y ahora no vivo como yo quisiera vivir, sino como el Señor quiere”. 

Si vienen aflicciones a nuestras vidas, podemos regocijarnos también en ellas, porque nos enseñan a tener paciencia; y la paciencia engendra en nosotros fortaleza de carácter y nos ayuda a confiar cada vez más en Dios, hasta que nuestra esperanza y nuestra fe sean constantes. Entonces, podremos mantener la frente en alto en cualquier circunstancia, sabiendo que todo irá bien, pues conocemos la ternura del amor de Dios hacia nosotros, y sentiremos su calor dondequiera que estemos, porque Él nos ha dado el Espíritu Santo para que llene nuestros corazones de su amor.

 El apóstol Pablo

Martirizado en Roma en el año 65 d.C.

(ROMANOS 5:3 – 5, LBAD.)